martes, 3 de julio de 2007
Carne
Sentía que el corazón me estallaría ; respiración agitada y el aire quemaba los pulmones ; la sangre se agolpaba en las venas . Loa árboles se tornaban efímeras sombras ; la mortecina luz de la luna iluminaba precariamente mi senda ; la hojarasca cedía a mis pasos , mientras corría tras de ti . Tan sólo escuchaba mis exhalaciones , pero olía tu miedo . Como un espectro serpenteabas entre la maleza ; parecías un ciervo asustado ; tu temor me alimenta , tan sólo me hace más fuerte , me hace más rápido ; agiliza mis acciones , agudiza mis sentidos cada vez más ; corre ; intenta huir , engáñate ; no podrás escapar a tu destino ; desgañítate ; nadie te escuchará ; mientras más grites , mejor sabré dónde estás , donde te encuentras . Mi paciencia colmaste ; siempre fuiste tú quien con actitudes aprehensivas me trozó . Creíste ser una crisálida ; ahora borraré esa sonrisa de tu rostro ; arrancaré la máscara que tienes por faz . Comencé a reír , y a lo lejos escuché gemidos de temor ; me causaron un placer enfermizo , que agrada el alma , pero que repudia al ser . Se prolonga esta persecución ; y sus últimos momentos he de gozar , pero tarde o temprano habrás de agotar tu energía ; y yo me encuentro movido por una fuerza sobrenatural . Ahora es mi turno . Emancipación al fin ; al fin libre ; gozaba yo de una victoria anticipada ; una venganza muy dulce . Sigue corriendo ; cubierto de sudor , recordaba cada uno de los músculos de mi cuerpo . El consumar este estado , depende del encontrarte ; y lo haré . A esta alma torciste , y de una enferma naturaleza tornaste . Me detuve ; abruptamente , todo a mi alrededor se vio embargado en el silencio . No debes estar muy lejos , todavía percibo tu temor mezclado en el aire que llena mis pulmones . Fijo la mirada , escrutando la oscuridad ; la lengua serpentea sobre los labios . Silencio sepulcral ; por primera vez en esta efímera existencia las deidades estaban a mi lado . Proferí una carcajada que se abrió paso desde las entrañas . Mi alma ; sedienta ; me susurraba hacia donde mirar ; fui un pobre iluso ; uno de tantos . Comencé a caminar lentamente , sabiendo exactamente hacia dónde dirigirme ; disfruté inexpresablemente , cada segundo de mi cacería ; finalmente los papeles se habían invertido . Jugaste con una mente enfermiza , sin considerar realmente a lo que te enfrentabas ; ahora me has despertado ; con tu imprudencia lograste sacar lo peor de mí ; lo que hacía tiempo yacía sepultado ; ahora verás frente a frente este rostro torcido por los sentimientos que suscitaste y maltrataste ; ahora rendirás cuentas conmigo . Y en mis andanzas te hallé ; asustado , paralizado ; acunado contra un árbol con las piernas recogidas . Con ojos vidriosos miraste hacia arriba ; hacia mí ; en tus facciones encontré el gesto de alguien terriblemente confundido . Y comencé a reír de nuevo . Intentaste ponerte de pie ; lentamente ; como si tus extremidades se encontraran atrofiadas ; con cautela ; ¿ quién tiene miedo ahora ? Tomé tu cara entre mis manos ; e inefablemente la aproximé hacia la mía ; pude sentir tu aliento sobre mi piel ; intenté desvelar lo que intentaba esconder tu mirada nublada por el pánico . Y sobre tus labios un suave y efímero beso te obsequié ; el beso de buenas noches . Al ver mi expresión reflejada en la tuya , reí ; y mis manos , lentamente se abrieron paso sobre tu piel , para ir a posarse sobre tu cuello y asirse a tu garganta . Comencé a cerrar los dedos , que asemejaban garras . Tardaste en percatarte de lo que hacía ; pues el miedo había aturdido tus sentidos . Al suelo caímos y sobre ti me abalancé ; a tu cuello me ací como si de ello el sello de mi condena dependiese . Poco pudiste hacer contra la determinación que me embargaba . Pronto tu mirada se perdió , y el último hálito de vida de tu cuerpo escapó . Largo tiempo te vi yacer inerte ; de piel mortecina y labios amoratados te tornaste . Tu mirada pérfida ya no desgarraba mi carne . Te miré , sí . Parecías una criatura dislocada ; refugio de gusanos . Y de golpe ; todo desapareció ; aspiré profundamente y posé una mano sobre tu pecho ; espero que te vayas en paz , pero de mí consta que no has de descansar . De uno de los bolsillos de mi abrigo desenfundé un instrumento de fría y larga hoja ; tenía la forma de la garra de una arpía . Y así laceré tu carne ; el elixir carmesí era espeso , y manó lánguidamente de las heridas . Y comencé con mi ardua tarea ; comencé a engullir tu carne ; de ti me alimenté . De tus entrañas me fortalecí ; y con cada bocado , la carga se tornaba más exquisita , con cada trago de tu sangre , mi corazón palpitaba . Tu cuerpo destacé , y con ello me regocijé . Las sombras me acunaban y el viento nocturno mecía las copas de los árboles , causándome un inusitado sentimiento de paz mientras tu carne tragaba . Ahora tu alma es mía ; de mi posesión ; jamás habrás de ser libre . Ahora los papeles han tomado un irónico vuelco , ahora tú eres el prisionero . Ahora vivirás en estas entrañas , y tu vida fue como sucumbiste . Sentí cómo una estúpida mueca de satisfacción iluminaba mi rostro . Cerré los ojos una vez más ; ahora yaces en estas venas ; ahora palpitas en estas arterias ; transitas por estos intestinos . Ahora puedo mirar atrás sin temor ; porque me veo preso del elixir de la venganza ; porque no volverás a burlarme jamás .
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viernes, 29 de junio de 2007
Inmunidad
He sentido el veneno gotear en mis venas , correr por aquellos estrechos pasajes para adormilar mis sentidos y perder mi objetivo ; sin embargo , ¿ no es esta la oscuridad que estuve esperando se cerniera sobre mí ? ; ahora no me queda más que idolatrar las sombras y hacerlas mis compañeras ; pues aquel veneno corrompió mi sentir , hizo de una entidad ajena mi esclava ; a lo cual no quedan más que carcajadas para ser remunerada ; ahora la noche se entreteje con todas aquellas esperanzas que trae la pálida mañana , que nos obsequia una melancólica sonrisa aún bajo los rayos de la Luna , la madre .
Ahora , obsequio toda esta sangre a un firmamento que me ofrece sus tibias entrañas , y su tranquila faz . Y mientras esconde su pudor bajo mullidas nubes , me dispongo a disiparme , perderme y verterme ; pues aún recuerdo todos esos rostros trazados por el viento , todas aquellas voces que susurraban a mis sentidos " que todo es desconcierto " ; por todos aquellos y más , es ahora que blandiendo mi espada en busca de redención , alzo su afilada hoja hacia el Cielo , y me veo ahora , con puño en alto, retando a Dios .
Ahora , obsequio toda esta sangre a un firmamento que me ofrece sus tibias entrañas , y su tranquila faz . Y mientras esconde su pudor bajo mullidas nubes , me dispongo a disiparme , perderme y verterme ; pues aún recuerdo todos esos rostros trazados por el viento , todas aquellas voces que susurraban a mis sentidos " que todo es desconcierto " ; por todos aquellos y más , es ahora que blandiendo mi espada en busca de redención , alzo su afilada hoja hacia el Cielo , y me veo ahora , con puño en alto, retando a Dios .
Desenlace
Esa mano triste y nervuda que parecía pedirle piedad se extendía hacia él. Por un instante, sintió miedo; durante largos minutos creyó que no lo soportaría. Se estiró para alcanzar un uno de los cigarros de su madre y dio profundas bocanadas mientras abría y cerraba la mano, mirando las pwerlas desaparecer y reaparecer, una y otra vez. Su madre cambió de posisión.
-Sabes que no tolero que estés fumando.
- Sí, ya sé - y se desentendió con un gesto de la mano mientras se volteaba para poder ver mejor las facciones de la ahora anciana - tómate tus pastillas mamá, no la hagas cansada- dijo con un dejo de decidia, también comenzando a sentir el cansancio que se sernía sobre todo su cuerpo.
A Nada le sorprendió la lucidez con la que le hablaba y contestaba su madre, cuando sus ojos hablaban del velo del sueño profundo y su cuerpo pesaba como si ya cargase con los velos de la muerte.
La mujer no se atrevía a decirlo, pero Nada sabía que no podía el soportar vivir así. Y no tan sólo eso, sino que Nada nunca sería capaz de vivir tranquilo si su madre seguía postrada en el pedestal que le había erguido al difunto.
- Mamá, tómatelas, yo también estoy cansado.
Nada puso unas cuantas pastillas en la palma de la mano que le habían extendido. Por un instante, casi le vuelve a arrebatar las pastillas, pero ya no sentía miedo, sino cierta clase de ansiedad. El chico no creyó que su madre estuviera tan 'dormida'; se pasó cuatro sonrientes comprimidos con un solo trago de agua.
Nada estaba paralizado, a la orilla de la cama, mirando a su madre perderse lentamente en un mundo del que él jamás sería partícipe. Se fumó otro cigarro, y mientras se consumía en sus pulmones, separó otras cuatro perlas del resto. Podría ser que su madre lo notara, podría ser que no. De una u otra forma, sentía que ya no tenía nada que perder.
Fumó el cigarro hasta que la colilla le quemó los labios y se dispuso a extenderle las medicinas, una vez más, a la viuda. La a sacudir por un hombro.
-Mamá, es hora de tus pastillas.
- Ah, pero si acabo de soñar que me las dabas - murmuró con lo que parecía ser desmedido esfuerzo por fingir alerta.
Nada no pudo evitar la sonrisa tan triste que se le dibujó en el rostro. Esta vez le dio las medicinas en la boca, con cariño y delicadeza, como si se fuera a romper. Le acercó el vaso de agua, y desaparecieron en la lejana e incomprensible oscuriadad del cuerpo que le había dado vida.
Fumó otro cigarro mientras transcurrian otros diez minutos. A Nada le pareció que contaba con obsesión los segundos recorridos por el reloj. No había notado las lágrimas hasta que alcanzaron la comisura de sus labios. Se dio pena. La luz de la lámpara cada vez filtraba con más trabajo el humo que simulaba las curvas del océano. Clavó la mirada en el San Judas que desde hacía rato lo observava desde la cómoda. Y se percató de que no sólo el Judas lo miraba, sino el Cristo sobre la cabecera, el Arcángel Miguel sobre la puerta y todas esas incómodas figuritas religiosas a las que su madre era tan devota.
Las lágrimas lentamente se convirtieron en silencioso desprecio. Con fuerza cerró los dedos sobre las pastillas que quedaban; ¿doce, quince ... veinte? No se atrevía a contarlas y no tenía mayor intención de hacerlo. Sin embargo, las píldoras eran tan pequeñas, que Nada se sorpendió dudando de sus efectos. Inhaló profundamente mientras volvía a girarse. Una vez más, sacudió a su madre, cuya respiració se había vuelto tan profunda que era casi imperceptible. La sacudió con más fuerza. La única reacción con la que lo sorprendió fue con la mano furtiva que volvía a extenderse; ahora la mano de una eterna agonía.
Rodeó los hombros de la mujer que ya se desvanecía frente a él y con cuidado la haló hacia sí; la rodeo con sus brazon, con cariño, sorprendido de lo menuda y pequeña que en verdad era. Tanta fragilidad transformó la compasión en malestar. Entornó los ojos y, abruptamente, se separó lo suficiente de aquel cuerpo enjuto; lo suficiente para forzar la mándibula con una mano; lo suficiente para alzanzar la boca con la otra y dejar que se perdieran todas esas pildoritas en un bosteso eterno.
La cabeza ya no se le sostenía, así que Nada tuvo que sostener el vaso contra los labios y agudarle a tragar presionando suavemente la laringe.
Lentamente inclinó el cuerpo y volvió a dejar la cabeza descansar contra las almohadas. Sin duda, así sería mejor.
Nada sentía la mirada de San Judas otra vez en la nuca; el Arcángel parecía apunto de dislocarse para castigarlo con la espada que blandía. El Cristo parecía haber vulto la cabeza hacia el otro lado, con vergüenza.
Nada regresó el vaso a su morada junto a la jarra y se volvió a guardar el frasquito vacío en la bolsa del pantalón. Todo a su alrededor parecía estar transformándose.
Nada sintió el peso de todo el sueño que le había prohibido el insomnio y se recostó con cuidado junto a su madre, cuya respiración se hacía cada más apacible. Al hundir la cabeza en la almohada, se olió los dedos una vez más con un dejo de nerviosismo; parecía que el olor que despedían había cambiado; ahora por fin exudaban un dejo del aroma de la madre.
Se acercó al cuerpo que yacía a su lado y dejó que su brazo descansara sobre las caderas que sin miramientos le habían traído al mundo. Nada inhaló una vez más, y por última, la añeja esencia de su madre.
Notó que los párpados le pesaban, y decidió abandonarse por fin al dulce ensueño, por horas, percibiendo inconcientemente cómo, poco a poco y con el paso de los minutos, el cuerpo que yacía junto al suyo perdía el calor. Nada sabía que ahora la pobre mujer sería feliz, lo que le haría feliz a él también .
Sabía que la madrugada estaba preñada de nuevos sueños; sueños sin culpa. Soñó despierto; soñó dormido, pues ahora podía esperar sin premura los albores de un nuevo día que por primera vez le sonreía. Ahora las veladoras de la cocina pedirían por él, pues ya no había un Dios que le oprimiesa el pecho; ya no había santos que lo mirasen por el rabillo del ojo. La penumbra parecía marcharse; y por vez primera, Nada supo lo que era sentir que el sol le calentara el alma.
Finalmente, cayó en las apacibles aguas del sueño profundo.
-Sabes que no tolero que estés fumando.
- Sí, ya sé - y se desentendió con un gesto de la mano mientras se volteaba para poder ver mejor las facciones de la ahora anciana - tómate tus pastillas mamá, no la hagas cansada- dijo con un dejo de decidia, también comenzando a sentir el cansancio que se sernía sobre todo su cuerpo.
A Nada le sorprendió la lucidez con la que le hablaba y contestaba su madre, cuando sus ojos hablaban del velo del sueño profundo y su cuerpo pesaba como si ya cargase con los velos de la muerte.
La mujer no se atrevía a decirlo, pero Nada sabía que no podía el soportar vivir así. Y no tan sólo eso, sino que Nada nunca sería capaz de vivir tranquilo si su madre seguía postrada en el pedestal que le había erguido al difunto.
- Mamá, tómatelas, yo también estoy cansado.
Nada puso unas cuantas pastillas en la palma de la mano que le habían extendido. Por un instante, casi le vuelve a arrebatar las pastillas, pero ya no sentía miedo, sino cierta clase de ansiedad. El chico no creyó que su madre estuviera tan 'dormida'; se pasó cuatro sonrientes comprimidos con un solo trago de agua.
Nada estaba paralizado, a la orilla de la cama, mirando a su madre perderse lentamente en un mundo del que él jamás sería partícipe. Se fumó otro cigarro, y mientras se consumía en sus pulmones, separó otras cuatro perlas del resto. Podría ser que su madre lo notara, podría ser que no. De una u otra forma, sentía que ya no tenía nada que perder.
Fumó el cigarro hasta que la colilla le quemó los labios y se dispuso a extenderle las medicinas, una vez más, a la viuda. La a sacudir por un hombro.
-Mamá, es hora de tus pastillas.
- Ah, pero si acabo de soñar que me las dabas - murmuró con lo que parecía ser desmedido esfuerzo por fingir alerta.
Nada no pudo evitar la sonrisa tan triste que se le dibujó en el rostro. Esta vez le dio las medicinas en la boca, con cariño y delicadeza, como si se fuera a romper. Le acercó el vaso de agua, y desaparecieron en la lejana e incomprensible oscuriadad del cuerpo que le había dado vida.
Fumó otro cigarro mientras transcurrian otros diez minutos. A Nada le pareció que contaba con obsesión los segundos recorridos por el reloj. No había notado las lágrimas hasta que alcanzaron la comisura de sus labios. Se dio pena. La luz de la lámpara cada vez filtraba con más trabajo el humo que simulaba las curvas del océano. Clavó la mirada en el San Judas que desde hacía rato lo observava desde la cómoda. Y se percató de que no sólo el Judas lo miraba, sino el Cristo sobre la cabecera, el Arcángel Miguel sobre la puerta y todas esas incómodas figuritas religiosas a las que su madre era tan devota.
Las lágrimas lentamente se convirtieron en silencioso desprecio. Con fuerza cerró los dedos sobre las pastillas que quedaban; ¿doce, quince ... veinte? No se atrevía a contarlas y no tenía mayor intención de hacerlo. Sin embargo, las píldoras eran tan pequeñas, que Nada se sorpendió dudando de sus efectos. Inhaló profundamente mientras volvía a girarse. Una vez más, sacudió a su madre, cuya respiració se había vuelto tan profunda que era casi imperceptible. La sacudió con más fuerza. La única reacción con la que lo sorprendió fue con la mano furtiva que volvía a extenderse; ahora la mano de una eterna agonía.
Rodeó los hombros de la mujer que ya se desvanecía frente a él y con cuidado la haló hacia sí; la rodeo con sus brazon, con cariño, sorprendido de lo menuda y pequeña que en verdad era. Tanta fragilidad transformó la compasión en malestar. Entornó los ojos y, abruptamente, se separó lo suficiente de aquel cuerpo enjuto; lo suficiente para forzar la mándibula con una mano; lo suficiente para alzanzar la boca con la otra y dejar que se perdieran todas esas pildoritas en un bosteso eterno.
La cabeza ya no se le sostenía, así que Nada tuvo que sostener el vaso contra los labios y agudarle a tragar presionando suavemente la laringe.
Lentamente inclinó el cuerpo y volvió a dejar la cabeza descansar contra las almohadas. Sin duda, así sería mejor.
Nada sentía la mirada de San Judas otra vez en la nuca; el Arcángel parecía apunto de dislocarse para castigarlo con la espada que blandía. El Cristo parecía haber vulto la cabeza hacia el otro lado, con vergüenza.
Nada regresó el vaso a su morada junto a la jarra y se volvió a guardar el frasquito vacío en la bolsa del pantalón. Todo a su alrededor parecía estar transformándose.
Nada sintió el peso de todo el sueño que le había prohibido el insomnio y se recostó con cuidado junto a su madre, cuya respiración se hacía cada más apacible. Al hundir la cabeza en la almohada, se olió los dedos una vez más con un dejo de nerviosismo; parecía que el olor que despedían había cambiado; ahora por fin exudaban un dejo del aroma de la madre.
Se acercó al cuerpo que yacía a su lado y dejó que su brazo descansara sobre las caderas que sin miramientos le habían traído al mundo. Nada inhaló una vez más, y por última, la añeja esencia de su madre.
Notó que los párpados le pesaban, y decidió abandonarse por fin al dulce ensueño, por horas, percibiendo inconcientemente cómo, poco a poco y con el paso de los minutos, el cuerpo que yacía junto al suyo perdía el calor. Nada sabía que ahora la pobre mujer sería feliz, lo que le haría feliz a él también .
Sabía que la madrugada estaba preñada de nuevos sueños; sueños sin culpa. Soñó despierto; soñó dormido, pues ahora podía esperar sin premura los albores de un nuevo día que por primera vez le sonreía. Ahora las veladoras de la cocina pedirían por él, pues ya no había un Dios que le oprimiesa el pecho; ya no había santos que lo mirasen por el rabillo del ojo. La penumbra parecía marcharse; y por vez primera, Nada supo lo que era sentir que el sol le calentara el alma.
Finalmente, cayó en las apacibles aguas del sueño profundo.
jueves, 28 de junio de 2007
Desarrollo
El silencio de las habitaciones pesaba sobre Nada, lo hacía sentir cansado y somnoliento. El corto trayecto entre su habitación y la de su madre le pareció eterno; un puente infinito que separaba la realidad de la mórbida fantasía.
Con cuidado entre abrió la puerta para ver si su madre ya había recuperado la conciencia; al somarse pudo ver a los ojos entornados y aturdidos de la mujer. Entonces tocó. Su madre ni siquiera parecía haberlo escuchado. Entró, pues, silencioso y quieto a la habitación. Todo lo que la rodeaba parecía comulgar con su agonía. La lámpara de cabezera se le antojó patética en su afán por alumbrar los rincones. El olor que despedían las flores sobre la cómoda aún estaban cargadas de perfumado velorio. La vieja parecía un trapo arrojado sobre la cama; deforme por la tristeza.
Con una lentitud que pudo haber exasperado hasta la locura, sa silueta que quedaba de su madre giraba la cabeza para poder verlo mejor. Sus ojos estaban drogados, vidriosos e inyectados de lágrimas.
-Acércate.
Na dio unos cuantos pasos y fue a sentarse en el borde de la cama, junto a su madre, que le
miraba atentamente.
-Me recuerdas tanto a tu padre- le dijo con un suspiro. Esa voz que antes lo había consolado
ahora sonaba monótona y hueca; cansada. Las palabras se le arrastraban. Nada pensó en todas las facciones que había hurtado del padre; el cabello negro,
la pálida tez enfermiza, los ojos hundidos en el cráneo. Suspiró con aire de derrota y musitó un "lo sé".
-¿Dormiste bien mamá?¿Soñaste algo?-preguntó Nada con fingido interés mientras se estiraba para alzanzar la jarra de agua en la mesa de noche de su madre. Lo llenó y lo dejó al alcance de la mujer qua ya parecía una anciana.
-Nada- contestó la señora.
El chico esbozó una sonrisa honesta mientras sacaba el frasco de pastillas.
Su madre le dio unas cuantas plamadas en la rodilla.
Estudió a la prematura anciana que tenía frente a sí, tratando de memorizar cada nuevo rasgo de
decadencia que delatara su agitado estado emocional. Sus ojos habían encontrado algunas canas
perdidas en el cabello negro; brillaban como hilos de plata. Los ojos que lo miraban ya no tenían
esa elocuencia; esa vida. Ahora se parecía al escarabajo muerto, de panza al cielo.
-¿Qué este niño nunca dice nada?- preguntó la abuela mientras lo mecía en su regazo.
- Pues nunca dice mucho, señora- respondió su madre.Con cuidado entre abrió la puerta para ver si su madre ya había recuperado la conciencia; al somarse pudo ver a los ojos entornados y aturdidos de la mujer. Entonces tocó. Su madre ni siquiera parecía haberlo escuchado. Entró, pues, silencioso y quieto a la habitación. Todo lo que la rodeaba parecía comulgar con su agonía. La lámpara de cabezera se le antojó patética en su afán por alumbrar los rincones. El olor que despedían las flores sobre la cómoda aún estaban cargadas de perfumado velorio. La vieja parecía un trapo arrojado sobre la cama; deforme por la tristeza.
Con una lentitud que pudo haber exasperado hasta la locura, sa silueta que quedaba de su madre giraba la cabeza para poder verlo mejor. Sus ojos estaban drogados, vidriosos e inyectados de lágrimas.
-Acércate.
Na dio unos cuantos pasos y fue a sentarse en el borde de la cama, junto a su madre, que le
miraba atentamente.
-Me recuerdas tanto a tu padre- le dijo con un suspiro. Esa voz que antes lo había consolado
ahora sonaba monótona y hueca; cansada. Las palabras se le arrastraban. Nada pensó en todas las facciones que había hurtado del padre; el cabello negro,
la pálida tez enfermiza, los ojos hundidos en el cráneo. Suspiró con aire de derrota y musitó un "lo sé".
-¿Dormiste bien mamá?¿Soñaste algo?-preguntó Nada con fingido interés mientras se estiraba para alzanzar la jarra de agua en la mesa de noche de su madre. Lo llenó y lo dejó al alcance de la mujer qua ya parecía una anciana.
-Nada- contestó la señora.
El chico esbozó una sonrisa honesta mientras sacaba el frasco de pastillas.
Su madre le dio unas cuantas plamadas en la rodilla.
Estudió a la prematura anciana que tenía frente a sí, tratando de memorizar cada nuevo rasgo de
decadencia que delatara su agitado estado emocional. Sus ojos habían encontrado algunas canas
perdidas en el cabello negro; brillaban como hilos de plata. Los ojos que lo miraban ya no tenían
esa elocuencia; esa vida. Ahora se parecía al escarabajo muerto, de panza al cielo.
-¿Qué este niño nunca dice nada?- preguntó la abuela mientras lo mecía en su regazo.
- Ah, mira no más. Calladito que salió- el niño sentía las carcajadas de la abuela sacudiendo
su pecho, contagiando su cuerpo. Lo estrechó aún más fuerte.
El niñó miró hacia arriba; hacia las arrugas de la abuela y sus ojos severos. E imitó el tono del padre cuando, rompiendo el silencio, dijo quedo:
-Nada. Nadita- musitó las voz infantil mientras sostenía el íntice contra los labios en gesto
de guardar silencio. Del otro lado de la habitación, la risa de su padre atrajo la atención.
-Mira!, pero si aprende rápido el condenado escuincle- la pesada voz del padre lo hizo
volver a guardar silencio.
La abuela lo estrechó aún más fuerte; lo hundió entre su carne, contra su pecho. El chico aún
sueña por el sonido emitido por la pesada respiración.
Su madre parecía debatirse entre el sueño y la vigilia. Nada podía sentir el dolor que emitía la mujer y lo sentía como una lanza en el costado. Miró fijamente el San Judas que estaba sobre la cómoda.
-Ay, mamá. ¿A quién le vas a rezar ahora que no te atreves a decir que Te abandonó?- dijo el muchacho más para sí que para que la mujer lo oyera.
La señora sólo soltó un sonido gutural de entre las barreras del sueño.
Nada abrió el frasco de pastilla y vació todas las que quedaban sobre la palma de su mano.
Miró todas las perlitas, una por una, y suspiró pesadamente. El chico se perdía entre sus
pensamientos; sabía que así sería más fácil. Sintió las amenazadoras lagrimas comenzar a
quemarle los ojos y su mirada surcó la distancia entre las pastillas y su madre,
una y otra vez; lentamente, con detenimiento.
El Dios de su madre era tan lejano que no pensó en la magnitud del castigo que podría imponerle
por lo que estaba contemplando hacer. ¿Para qué apaciguar a la deidad si es el Tiempo lo que
en verdad tortura?
Nada negó las lágrimas mientras santía que pasaba una eternidad ahí sentado, absorto en
sus meditaciones. Se sintió atrapado en el vacío de la habitación, en el compresnivo silencio que
lo vio crecer. Nada sabía que no podía caber la duda; se volvió y tomó a su madre por el hombro,
pretendiendo despertarla suavemente.
-Mamá, tienes que tomarte tus pastillas.
La mujer protestó, balbuceando, odiando el estado de letargo obligado, y extendió una mano.
Planteamiento
Para Nada, el silencio de su padre mientras leía el periódico se había convertido en una constante de la vida cotidiana. Había escuchado ya durante tantas horas el segundero del reloj que le parecía reconocer en el sonido del engranaje, una melodía que parecía ya definir el curso de todas las tardes que pasaba en casa. Sin embargo, ahora el silencio que reinaba sobre la casa era aún más profundo; ya ni siquiera se escuchaban los sollosos de la madre. Por un momento, Nada se sorprendió imaginando gustosamente a la madre inerte sobre su cama y no pudo evitar la media sonrisa sardónica que se le dibujó sobre el rostro. Al parecer, los sentimientos de culpa se habían adormecido rápidamente.
Caminó hacia la mesita de noche para alcanzarse un cigarro. Fumó mientras seguía caminando, lenta y pasmosamente, en su habitación. No le sorprendió mucho no sentirse triste, al fin y al cabo él y su padre habían sido no más que extraños que habitaban la misma casa.
Nada abrió la ventana para dejar escapar el humo y un destello de brisa meció las cortinas. Por unos momentos se sintió libre de todo lo que le rodeaba. Al parecer el viento se wesforzaba por consolarlo.
Nada volvió a su cigarro y a dar unas cuantas vueltas más. Se olió los dedos de nuevo esperando encontrar una nueva esencia, pero parecía que jamás sería capaz de deshacerse de esta nueva compulsión que le llevaba a estar pensando en la fetidez que ya jamás lo abandonaría.
Nada ya no quería pensar en nada de lo secedido, lo único que hacía mella en sus contemplaciones era la depresión que ahora hacía presa de su madre. Sabía que la felicidad yacía en ayudarla a descansar.
Lo pensó por un largo rato mientras tomaba de la cómoda el curioso botecito de pastillas que le había recetado el doctor a su madre. Eran calmantes, o somníferos. Nada se encogió de hombros y se embolsó el frasco en el pantalón; ya casi era hora.
Se detuvo sobre sus pasos y acarició delicadamente el pastillero. Pensó que el vivir dormida para ella no era vida. ¿Por qué tenía que hacerla sufrir tanto su recientemente hayada libertad?
A Nada le pareció unítil una vida así; casi sintió un poco de compasión hacia la pobre mujer que lo había parido a un mundo que parecía gustarle cada vez menos .
Sabía que poco a poco se había ido deshumanizando cada vez más; lo único que era incapaz de visualisar era el momento en el que aquello comenzó a suceder.
Inhaló profundamente la brisa que seguía soplando por la ventana y sus dedos volvieron a bucar la pesada carga que se acababa de echar al bolsillo del pantalón. Nada consideró seriamente lo que debía hacer a continuación. Podía abandonarse a la somnolencia que piadosamente se había dignado a aparecer después de tantos días pasados en vela, o podía convencerse de ir a dar el medicamento a su madre y concederle el sueño que a él no le era permitido. Nada intentó visualizar a su madre en el trance de la muerte, y después intentó visualizarse a sí mismo transido por esas emociones. Se preguntó si realmente habría algo que no fuese ese vengativo ser supremo del que su madre no se cansaba de hablarle.
Nada exhalo la última bocanada de humo y sonrió al espejo con el que se topó al dar la vuelta sobre sus pasos. Un rostro bien definido, pero demacrado y ojeroso le sonreía del otro lado.
Vaya pensó Nada y sin más se dirigió a la habitación de su madre.
Caminó hacia la mesita de noche para alcanzarse un cigarro. Fumó mientras seguía caminando, lenta y pasmosamente, en su habitación. No le sorprendió mucho no sentirse triste, al fin y al cabo él y su padre habían sido no más que extraños que habitaban la misma casa.
Nada abrió la ventana para dejar escapar el humo y un destello de brisa meció las cortinas. Por unos momentos se sintió libre de todo lo que le rodeaba. Al parecer el viento se wesforzaba por consolarlo.
Nada volvió a su cigarro y a dar unas cuantas vueltas más. Se olió los dedos de nuevo esperando encontrar una nueva esencia, pero parecía que jamás sería capaz de deshacerse de esta nueva compulsión que le llevaba a estar pensando en la fetidez que ya jamás lo abandonaría.
Nada ya no quería pensar en nada de lo secedido, lo único que hacía mella en sus contemplaciones era la depresión que ahora hacía presa de su madre. Sabía que la felicidad yacía en ayudarla a descansar.
Lo pensó por un largo rato mientras tomaba de la cómoda el curioso botecito de pastillas que le había recetado el doctor a su madre. Eran calmantes, o somníferos. Nada se encogió de hombros y se embolsó el frasco en el pantalón; ya casi era hora.
Se detuvo sobre sus pasos y acarició delicadamente el pastillero. Pensó que el vivir dormida para ella no era vida. ¿Por qué tenía que hacerla sufrir tanto su recientemente hayada libertad?
A Nada le pareció unítil una vida así; casi sintió un poco de compasión hacia la pobre mujer que lo había parido a un mundo que parecía gustarle cada vez menos .
Sabía que poco a poco se había ido deshumanizando cada vez más; lo único que era incapaz de visualisar era el momento en el que aquello comenzó a suceder.
Inhaló profundamente la brisa que seguía soplando por la ventana y sus dedos volvieron a bucar la pesada carga que se acababa de echar al bolsillo del pantalón. Nada consideró seriamente lo que debía hacer a continuación. Podía abandonarse a la somnolencia que piadosamente se había dignado a aparecer después de tantos días pasados en vela, o podía convencerse de ir a dar el medicamento a su madre y concederle el sueño que a él no le era permitido. Nada intentó visualizar a su madre en el trance de la muerte, y después intentó visualizarse a sí mismo transido por esas emociones. Se preguntó si realmente habría algo que no fuese ese vengativo ser supremo del que su madre no se cansaba de hablarle.
Nada exhalo la última bocanada de humo y sonrió al espejo con el que se topó al dar la vuelta sobre sus pasos. Un rostro bien definido, pero demacrado y ojeroso le sonreía del otro lado.
Vaya pensó Nada y sin más se dirigió a la habitación de su madre.
miércoles, 27 de junio de 2007
Al Personaje
1.- ¿Cuál ha sido el mejor momento de tu vida?
La primera y única vez que viajamos para que mi abuela paterna me conociera. La anciana en silla de ruedas me sentó en su regazo en cuanto entré a la habitación. Poco después falleció.
2.- ¿Cuál ha sido el peor?
La muerte de mi padre.
3.- ¿Te encuentras satisfecho con tu vida?
No lo sé.
4.- ¿ Por qué o por qué no?
Porque aunque me he convencido de que las circunstancias que me rodean las he provocado yo mismo, éstas sólo parecen definir de
forma pasajera lo que espero de ellas.
5.- ¿Quién es la persona en la que más confías y por qué?
En mi abuela paterna, pues a pesar de tan sólo haberla visto una vez cuando era pequeño, la anciana parecía no juzgarme.
6.- ¿Cuál ha sido el momento en el que más has sentido miedo?
Al morir mi padre, sentí la sombra de la culpa al ver a mi madre decaer tan rápidamente. El verla tan ajena me hizo saberme Solo; sentí la soledad más grande que pudiera haber conocido, y sentí un gran miedo.
7.- ¿Crees en Dios? ¿Por qué o por qué no?
Toda mi vida escuche a mi madre hablar sobre una Entidad Superior que jugaba a placer con la predestinación del hombre. Una deidad rígida que castigaba la desobediencia. Ahora, la muerte de mi padre fue lo único que necesitaba para
terminar de cuestionar este gran Poder; y el ver a mi madre tan irreconocible
hace crecer mi resentimiento hacia el Dios que me impuso esta situación. Ahora creo
en el Tiempo, pues la fuerza que nos enfrenta con la única certeza: la Muerte; una única certeza, mucho más reconfortante que las dudas
que me despierta la naturaleza del dios de mi madre.
8.- ¿Cuál es el mayor problema de tu familia/ciudad/país/el mundo?
El mayor problema de mi familia siempre fue la comunicación; mi padre era hombre de pocas palabras y mi madre así parecía entenderlo. Así que aprendí a guardar silencio.
El mayor problema de mi ciudad creo que son la indiferencia y la desconfianza de la gente; parecen haberse convertido en una enfermedad. El mayor problema de mi país pienso que se debe a la falta de formación de
la gente o el descuido de ésta por inculcar valores más arraigados.
El mayor problema del mundo es que vivimos huyendo constantemente hacia delante, cuando se debe aprender de errores pasados.
9.- Describe un momento de plena felicidad que hayas vivido.
Cuando recibí el único regalo que alguna vez me diera mi madre. Cuando era pequeño, me regaló un escarabajo que encontró mientras atendía el jardín. Cuidé del insecto lo que de niño me pareció una eternindad. El haber visto la sonrisa de mi madre mientras me extendía la cajita con el bicho dentro, es uno de mis más preciados recuerdos.
10.- ¿Qué soñaste anoche?
No soñé. El ruido que hacía mi madre en el cuarto de junto me
mantuvo despierto toda la noche.
La primera y única vez que viajamos para que mi abuela paterna me conociera. La anciana en silla de ruedas me sentó en su regazo en cuanto entré a la habitación. Poco después falleció.
2.- ¿Cuál ha sido el peor?
La muerte de mi padre.
3.- ¿Te encuentras satisfecho con tu vida?
No lo sé.
4.- ¿ Por qué o por qué no?
Porque aunque me he convencido de que las circunstancias que me rodean las he provocado yo mismo, éstas sólo parecen definir de
forma pasajera lo que espero de ellas.
5.- ¿Quién es la persona en la que más confías y por qué?
En mi abuela paterna, pues a pesar de tan sólo haberla visto una vez cuando era pequeño, la anciana parecía no juzgarme.
6.- ¿Cuál ha sido el momento en el que más has sentido miedo?
Al morir mi padre, sentí la sombra de la culpa al ver a mi madre decaer tan rápidamente. El verla tan ajena me hizo saberme Solo; sentí la soledad más grande que pudiera haber conocido, y sentí un gran miedo.
7.- ¿Crees en Dios? ¿Por qué o por qué no?
Toda mi vida escuche a mi madre hablar sobre una Entidad Superior que jugaba a placer con la predestinación del hombre. Una deidad rígida que castigaba la desobediencia. Ahora, la muerte de mi padre fue lo único que necesitaba para
terminar de cuestionar este gran Poder; y el ver a mi madre tan irreconocible
hace crecer mi resentimiento hacia el Dios que me impuso esta situación. Ahora creo
en el Tiempo, pues la fuerza que nos enfrenta con la única certeza: la Muerte; una única certeza, mucho más reconfortante que las dudas
que me despierta la naturaleza del dios de mi madre.
8.- ¿Cuál es el mayor problema de tu familia/ciudad/país/el mundo?
El mayor problema de mi familia siempre fue la comunicación; mi padre era hombre de pocas palabras y mi madre así parecía entenderlo. Así que aprendí a guardar silencio.
El mayor problema de mi ciudad creo que son la indiferencia y la desconfianza de la gente; parecen haberse convertido en una enfermedad. El mayor problema de mi país pienso que se debe a la falta de formación de
la gente o el descuido de ésta por inculcar valores más arraigados.
El mayor problema del mundo es que vivimos huyendo constantemente hacia delante, cuando se debe aprender de errores pasados.
9.- Describe un momento de plena felicidad que hayas vivido.
Cuando recibí el único regalo que alguna vez me diera mi madre. Cuando era pequeño, me regaló un escarabajo que encontró mientras atendía el jardín. Cuidé del insecto lo que de niño me pareció una eternindad. El haber visto la sonrisa de mi madre mientras me extendía la cajita con el bicho dentro, es uno de mis más preciados recuerdos.
10.- ¿Qué soñaste anoche?
No soñé. El ruido que hacía mi madre en el cuarto de junto me
mantuvo despierto toda la noche.
martes, 26 de junio de 2007
Personaje Inconcluso
De no más de veinticinco años, Nada recorre su habitación de un lado a otro; se ha cerciorado de cerrar la puerta tras de sí. De cuando en cuando se huele la punta de los dedos con un insoportable gesto de nerviosismo; da unas cuantas zancadas más, y vuelve a olerse las yemas de los dedos.
Su gesto angustia, y el ceño fruncido hace de su rostro el vivo retrato de su padre, y Nada lo sabe; su madre le ha dicho una y otra vez que es la viva imagen del muerto. Nada se esfuerza por recordar el momento preciso en que se apropió de tales expresiones. Se remonta a las primeras memorias infantiles que tiene de aquel hombre, permanentemente camuflado por la sección del periódico que leía una y otra vez. El ceño aparecía por encima de las hojas cada vez que Nada hacía cualquier ruido que le distrajese de su minuciosa lectura. Nada nunca se atrevió a preguntarle por qué leía con tanta atencion las finanzas si su profesión era la medicina.
Sí, el ceño y la boca de expresión severa le contagiaban impaciencia. Ahora no había pasado más de una semana desde el cepelio. Un infarto, le parecía haber escuchado decir al médico.
Nada vuelve a olisquearse nerviosamente los dedos y se preguntó qué tan parecido era realmente a su padre, cuyos orígenes se remontaban a la región del Bajío; había conocido a la madre de Nada al venir a ejercer a la ciudad.
Nada intentó visualizar su primer encuentro; cómo su madre, menuda y de corta estatura, se había topado por primera vez con el que sería su marido. En algún hospital, tal vez; ella había sido enfermera, ahora su marido la había convertido en una devota viuda que no sabía qué hacer con su torpe libertad.
Nada intentó imaginar qué podría haber notado su madre como primer rasgo característico en ese hombre, ¿el inconfundible olor a yodo; a enfermo?, ¿ o el constante hedor a sala de urgencias?
Nada se llevó la mano de nuevo a la nariz, y deseó desesperadamente poder percibir la fragancia de su madre; no, el hedor seguía ahí.
Al evocar el aroma de la madre no pudo evitar convertirlo en una constante a través de su vida.
Inevitablemente se vio aquejado por los recuerdos de la infancia una vez más; la ecencia de su madre, quien lo dejaba pasando las horas en el jardín.
Nada sigue dando apresuradas zancadas; teme hacer un surco en la alfombra.
Una vez más, se huele las yemas de los dedos siente que todavía despiden la fetidez del cadáver del padre.
Su gesto angustia, y el ceño fruncido hace de su rostro el vivo retrato de su padre, y Nada lo sabe; su madre le ha dicho una y otra vez que es la viva imagen del muerto. Nada se esfuerza por recordar el momento preciso en que se apropió de tales expresiones. Se remonta a las primeras memorias infantiles que tiene de aquel hombre, permanentemente camuflado por la sección del periódico que leía una y otra vez. El ceño aparecía por encima de las hojas cada vez que Nada hacía cualquier ruido que le distrajese de su minuciosa lectura. Nada nunca se atrevió a preguntarle por qué leía con tanta atencion las finanzas si su profesión era la medicina.
Sí, el ceño y la boca de expresión severa le contagiaban impaciencia. Ahora no había pasado más de una semana desde el cepelio. Un infarto, le parecía haber escuchado decir al médico.
Nada vuelve a olisquearse nerviosamente los dedos y se preguntó qué tan parecido era realmente a su padre, cuyos orígenes se remontaban a la región del Bajío; había conocido a la madre de Nada al venir a ejercer a la ciudad.
Nada intentó visualizar su primer encuentro; cómo su madre, menuda y de corta estatura, se había topado por primera vez con el que sería su marido. En algún hospital, tal vez; ella había sido enfermera, ahora su marido la había convertido en una devota viuda que no sabía qué hacer con su torpe libertad.
Nada intentó imaginar qué podría haber notado su madre como primer rasgo característico en ese hombre, ¿el inconfundible olor a yodo; a enfermo?, ¿ o el constante hedor a sala de urgencias?
Nada se llevó la mano de nuevo a la nariz, y deseó desesperadamente poder percibir la fragancia de su madre; no, el hedor seguía ahí.
Al evocar el aroma de la madre no pudo evitar convertirlo en una constante a través de su vida.
Inevitablemente se vio aquejado por los recuerdos de la infancia una vez más; la ecencia de su madre, quien lo dejaba pasando las horas en el jardín.
Nada sigue dando apresuradas zancadas; teme hacer un surco en la alfombra.
Una vez más, se huele las yemas de los dedos siente que todavía despiden la fetidez del cadáver del padre.
lunes, 25 de junio de 2007
Un Desliz
No había sido más que un desliz que le hacía aún más a jeno a los rostros que, grotescos, se extinguían a su alrededor.
De entre un marasmo de rostros, era una pálida máscara lo que evocaba recuerdos de la infancia; la hija perdida, la esposa muerta.
La deshumanización del ser humano; ironía anatómica que congestiona loas intestinos de la ciudad.
La chica parece realmente perdida. De entre todos los rostros muertos que le rodean, es el que refleja la muerte, el que más vivo parece.
Qué pesar podría embargarle. El hombre no deseaba que aquel único rostro tan familiar volvise a desvanecerse entre la tormenta de gestos a su alrededor; se asiría a éste aunque le costase la última impresión. Se asiría al único velo que no cubría su enfermedad. Si tan sólo pudiese saber que es real.
Al acercarse a la muchacha de rostro efímero, asfixiado entre la multitud, logra rozarle el cabello y asirla del brazo. ¿Por qué podría estar su rostro tan muerto?
Es el convencimiento definitivo de una indiferencia inmutable lo que lleva al hombre a convencerse. Ahora sabe que el dolor no distingue; hace presa de cualquiera. Sabe que es lo último de lo que necesita convencerse para finalmente permitir a su rostro emular las muecas de cuantos le rodean. Ahora sabe.
No pretende abandonarse a la indiferencia, no a aquella que acuña tan tristes almas.
Sin embargo, es la incertidumbre de la muerte lo que le obliga a asirse a un brazo que se le niega.
Al escuchar aquel sonido desgarrador procedente de tan menuda garganta supo convencerse; no hay ya cómo recuperar la fe en lo perdido.
Jamás la oscuridad se le antojó como algo tan preciado.
El último rumor del alma lo abandonó quejumbroso; al ritmo de los huesos, triturados por las fauces del destino.
Al fin podría descansar.
De entre un marasmo de rostros, era una pálida máscara lo que evocaba recuerdos de la infancia; la hija perdida, la esposa muerta.
La deshumanización del ser humano; ironía anatómica que congestiona loas intestinos de la ciudad.
La chica parece realmente perdida. De entre todos los rostros muertos que le rodean, es el que refleja la muerte, el que más vivo parece.
Qué pesar podría embargarle. El hombre no deseaba que aquel único rostro tan familiar volvise a desvanecerse entre la tormenta de gestos a su alrededor; se asiría a éste aunque le costase la última impresión. Se asiría al único velo que no cubría su enfermedad. Si tan sólo pudiese saber que es real.
Al acercarse a la muchacha de rostro efímero, asfixiado entre la multitud, logra rozarle el cabello y asirla del brazo. ¿Por qué podría estar su rostro tan muerto?
Es el convencimiento definitivo de una indiferencia inmutable lo que lleva al hombre a convencerse. Ahora sabe que el dolor no distingue; hace presa de cualquiera. Sabe que es lo último de lo que necesita convencerse para finalmente permitir a su rostro emular las muecas de cuantos le rodean. Ahora sabe.
No pretende abandonarse a la indiferencia, no a aquella que acuña tan tristes almas.
Sin embargo, es la incertidumbre de la muerte lo que le obliga a asirse a un brazo que se le niega.
Al escuchar aquel sonido desgarrador procedente de tan menuda garganta supo convencerse; no hay ya cómo recuperar la fe en lo perdido.
Jamás la oscuridad se le antojó como algo tan preciado.
El último rumor del alma lo abandonó quejumbroso; al ritmo de los huesos, triturados por las fauces del destino.
Al fin podría descansar.
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