jueves, 28 de junio de 2007

Planteamiento

Para Nada, el silencio de su padre mientras leía el periódico se había convertido en una constante de la vida cotidiana. Había escuchado ya durante tantas horas el segundero del reloj que le parecía reconocer en el sonido del engranaje, una melodía que parecía ya definir el curso de todas las tardes que pasaba en casa. Sin embargo, ahora el silencio que reinaba sobre la casa era aún más profundo; ya ni siquiera se escuchaban los sollosos de la madre. Por un momento, Nada se sorprendió imaginando gustosamente a la madre inerte sobre su cama y no pudo evitar la media sonrisa sardónica que se le dibujó sobre el rostro. Al parecer, los sentimientos de culpa se habían adormecido rápidamente.
Caminó hacia la mesita de noche para alcanzarse un cigarro. Fumó mientras seguía caminando, lenta y pasmosamente, en su habitación. No le sorprendió mucho no sentirse triste, al fin y al cabo él y su padre habían sido no más que extraños que habitaban la misma casa.
Nada abrió la ventana para dejar escapar el humo y un destello de brisa meció las cortinas. Por unos momentos se sintió libre de todo lo que le rodeaba. Al parecer el viento se wesforzaba por consolarlo.
Nada volvió a su cigarro y a dar unas cuantas vueltas más. Se olió los dedos de nuevo esperando encontrar una nueva esencia, pero parecía que jamás sería capaz de deshacerse de esta nueva compulsión que le llevaba a estar pensando en la fetidez que ya jamás lo abandonaría.
Nada ya no quería pensar en nada de lo secedido, lo único que hacía mella en sus contemplaciones era la depresión que ahora hacía presa de su madre. Sabía que la felicidad yacía en ayudarla a descansar.
Lo pensó por un largo rato mientras tomaba de la cómoda el curioso botecito de pastillas que le había recetado el doctor a su madre. Eran calmantes, o somníferos. Nada se encogió de hombros y se embolsó el frasco en el pantalón; ya casi era hora.
Se detuvo sobre sus pasos y acarició delicadamente el pastillero. Pensó que el vivir dormida para ella no era vida. ¿Por qué tenía que hacerla sufrir tanto su recientemente hayada libertad?
A Nada le pareció unítil una vida así; casi sintió un poco de compasión hacia la pobre mujer que lo había parido a un mundo que parecía gustarle cada vez menos .
Sabía que poco a poco se había ido deshumanizando cada vez más; lo único que era incapaz de visualisar era el momento en el que aquello comenzó a suceder.
Inhaló profundamente la brisa que seguía soplando por la ventana y sus dedos volvieron a bucar la pesada carga que se acababa de echar al bolsillo del pantalón. Nada consideró seriamente lo que debía hacer a continuación. Podía abandonarse a la somnolencia que piadosamente se había dignado a aparecer después de tantos días pasados en vela, o podía convencerse de ir a dar el medicamento a su madre y concederle el sueño que a él no le era permitido. Nada intentó visualizar a su madre en el trance de la muerte, y después intentó visualizarse a sí mismo transido por esas emociones. Se preguntó si realmente habría algo que no fuese ese vengativo ser supremo del que su madre no se cansaba de hablarle.
Nada exhalo la última bocanada de humo y sonrió al espejo con el que se topó al dar la vuelta sobre sus pasos. Un rostro bien definido, pero demacrado y ojeroso le sonreía del otro lado.
Vaya pensó Nada y sin más se dirigió a la habitación de su madre.

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