El silencio de las habitaciones pesaba sobre Nada, lo hacía sentir cansado y somnoliento. El corto trayecto entre su habitación y la de su madre le pareció eterno; un puente infinito que separaba la realidad de la mórbida fantasía.
Con cuidado entre abrió la puerta para ver si su madre ya había recuperado la conciencia; al somarse pudo ver a los ojos entornados y aturdidos de la mujer. Entonces tocó. Su madre ni siquiera parecía haberlo escuchado. Entró, pues, silencioso y quieto a la habitación. Todo lo que la rodeaba parecía comulgar con su agonía. La lámpara de cabezera se le antojó patética en su afán por alumbrar los rincones. El olor que despedían las flores sobre la cómoda aún estaban cargadas de perfumado velorio. La vieja parecía un trapo arrojado sobre la cama; deforme por la tristeza.
Con una lentitud que pudo haber exasperado hasta la locura, sa silueta que quedaba de su madre giraba la cabeza para poder verlo mejor. Sus ojos estaban drogados, vidriosos e inyectados de lágrimas.
-Acércate.
Na dio unos cuantos pasos y fue a sentarse en el borde de la cama, junto a su madre, que le
miraba atentamente.
-Me recuerdas tanto a tu padre- le dijo con un suspiro. Esa voz que antes lo había consolado
ahora sonaba monótona y hueca; cansada. Las palabras se le arrastraban. Nada pensó en todas las facciones que había hurtado del padre; el cabello negro,
la pálida tez enfermiza, los ojos hundidos en el cráneo. Suspiró con aire de derrota y musitó un "lo sé".
-¿Dormiste bien mamá?¿Soñaste algo?-preguntó Nada con fingido interés mientras se estiraba para alzanzar la jarra de agua en la mesa de noche de su madre. Lo llenó y lo dejó al alcance de la mujer qua ya parecía una anciana.
-Nada- contestó la señora.
El chico esbozó una sonrisa honesta mientras sacaba el frasco de pastillas.
Su madre le dio unas cuantas plamadas en la rodilla.
Estudió a la prematura anciana que tenía frente a sí, tratando de memorizar cada nuevo rasgo de
decadencia que delatara su agitado estado emocional. Sus ojos habían encontrado algunas canas
perdidas en el cabello negro; brillaban como hilos de plata. Los ojos que lo miraban ya no tenían
esa elocuencia; esa vida. Ahora se parecía al escarabajo muerto, de panza al cielo.
-¿Qué este niño nunca dice nada?- preguntó la abuela mientras lo mecía en su regazo.
- Pues nunca dice mucho, señora- respondió su madre.Con cuidado entre abrió la puerta para ver si su madre ya había recuperado la conciencia; al somarse pudo ver a los ojos entornados y aturdidos de la mujer. Entonces tocó. Su madre ni siquiera parecía haberlo escuchado. Entró, pues, silencioso y quieto a la habitación. Todo lo que la rodeaba parecía comulgar con su agonía. La lámpara de cabezera se le antojó patética en su afán por alumbrar los rincones. El olor que despedían las flores sobre la cómoda aún estaban cargadas de perfumado velorio. La vieja parecía un trapo arrojado sobre la cama; deforme por la tristeza.
Con una lentitud que pudo haber exasperado hasta la locura, sa silueta que quedaba de su madre giraba la cabeza para poder verlo mejor. Sus ojos estaban drogados, vidriosos e inyectados de lágrimas.
-Acércate.
Na dio unos cuantos pasos y fue a sentarse en el borde de la cama, junto a su madre, que le
miraba atentamente.
-Me recuerdas tanto a tu padre- le dijo con un suspiro. Esa voz que antes lo había consolado
ahora sonaba monótona y hueca; cansada. Las palabras se le arrastraban. Nada pensó en todas las facciones que había hurtado del padre; el cabello negro,
la pálida tez enfermiza, los ojos hundidos en el cráneo. Suspiró con aire de derrota y musitó un "lo sé".
-¿Dormiste bien mamá?¿Soñaste algo?-preguntó Nada con fingido interés mientras se estiraba para alzanzar la jarra de agua en la mesa de noche de su madre. Lo llenó y lo dejó al alcance de la mujer qua ya parecía una anciana.
-Nada- contestó la señora.
El chico esbozó una sonrisa honesta mientras sacaba el frasco de pastillas.
Su madre le dio unas cuantas plamadas en la rodilla.
Estudió a la prematura anciana que tenía frente a sí, tratando de memorizar cada nuevo rasgo de
decadencia que delatara su agitado estado emocional. Sus ojos habían encontrado algunas canas
perdidas en el cabello negro; brillaban como hilos de plata. Los ojos que lo miraban ya no tenían
esa elocuencia; esa vida. Ahora se parecía al escarabajo muerto, de panza al cielo.
-¿Qué este niño nunca dice nada?- preguntó la abuela mientras lo mecía en su regazo.
- Ah, mira no más. Calladito que salió- el niño sentía las carcajadas de la abuela sacudiendo
su pecho, contagiando su cuerpo. Lo estrechó aún más fuerte.
El niñó miró hacia arriba; hacia las arrugas de la abuela y sus ojos severos. E imitó el tono del padre cuando, rompiendo el silencio, dijo quedo:
-Nada. Nadita- musitó las voz infantil mientras sostenía el íntice contra los labios en gesto
de guardar silencio. Del otro lado de la habitación, la risa de su padre atrajo la atención.
-Mira!, pero si aprende rápido el condenado escuincle- la pesada voz del padre lo hizo
volver a guardar silencio.
La abuela lo estrechó aún más fuerte; lo hundió entre su carne, contra su pecho. El chico aún
sueña por el sonido emitido por la pesada respiración.
Su madre parecía debatirse entre el sueño y la vigilia. Nada podía sentir el dolor que emitía la mujer y lo sentía como una lanza en el costado. Miró fijamente el San Judas que estaba sobre la cómoda.
-Ay, mamá. ¿A quién le vas a rezar ahora que no te atreves a decir que Te abandonó?- dijo el muchacho más para sí que para que la mujer lo oyera.
La señora sólo soltó un sonido gutural de entre las barreras del sueño.
Nada abrió el frasco de pastilla y vació todas las que quedaban sobre la palma de su mano.
Miró todas las perlitas, una por una, y suspiró pesadamente. El chico se perdía entre sus
pensamientos; sabía que así sería más fácil. Sintió las amenazadoras lagrimas comenzar a
quemarle los ojos y su mirada surcó la distancia entre las pastillas y su madre,
una y otra vez; lentamente, con detenimiento.
El Dios de su madre era tan lejano que no pensó en la magnitud del castigo que podría imponerle
por lo que estaba contemplando hacer. ¿Para qué apaciguar a la deidad si es el Tiempo lo que
en verdad tortura?
Nada negó las lágrimas mientras santía que pasaba una eternidad ahí sentado, absorto en
sus meditaciones. Se sintió atrapado en el vacío de la habitación, en el compresnivo silencio que
lo vio crecer. Nada sabía que no podía caber la duda; se volvió y tomó a su madre por el hombro,
pretendiendo despertarla suavemente.
-Mamá, tienes que tomarte tus pastillas.
La mujer protestó, balbuceando, odiando el estado de letargo obligado, y extendió una mano.
4 comentarios:
me encantó el vpinculo que establece con la abuela incluso habiendo convivido tan escaso tiempo y la forma en la que describes cómo se encuentra su madre, física y psicológicamente.
Me gustó mucho.
saludos
Adore la cercanía de el momento entre madre he hijo y como proyectas el sufrimiento de la madre lo sientes, me gusto
Comento aquí el planteamiento y el desarrollo.
Este cuento está centrado en una serie de hechos muy pequeños, que se ramifican en recuerdos y en reflexiones. La estrategia ha dado para muchas grandes historias en el pasado, y hay varios detalles, sobre todo en el desarrollo (el episodio del niño, por ejemplo) que me parecen de lo más interesante. Lo que falta es foco: de pronto pasas de la conciencia del hijo a la de su madre sólo para un breve comentario, sin que haya demasiada justificación. Además, falta conocer un poco de Nada para entender su ánimo depresivo; los textos que vienen del existencialismo nos han entrenado hasta cierto punto a aceptar actitudes como la de él sin cuestionarlas demasiado (como una especie de "taquigrafía" de la depresión) pero el texto ganaría en solidez si no tuviera que depender de nada salvo él mismo.
Si no los conoces, deberías leer a Agota Kristof, Knut Hamsun y Robert Walser; encontrarías espíritus afines y sobre todo formas diversas de acercarse a la melancolía y las cosas pequeñas que parecen llamar tanto la atención de tus personajes.
Muy buen texto, fluido, además tiene un no sé que, que me deja colgada del hilo para seguir leyendo. El vinculo madre hijo se nota aquí mas fuerte y me gusta, al menos te deja ver un poquito del cariño de Nada por su mamá.
Ah! Y el detalle de San Judas me encantó, bueno, es que es mi santo favorito de todos. LOL
Sigue escribiendo, me dejaste picadisima!
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